| Programa general | Teatro Degollado |
Inauguración 4 Y 6 de Mayo
Escuche la música de ILDEGONDA
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Ópera “Ildegonda” de Melesio Morales (1838-1908)
Creador de la escuela italiana de Ópera en México
En una producción del Festival Cultural de Mayo
Ópera clásica
Lugar: Teatro Degollado
Horarios: 20:30 Hrs. (Viernes 4)
18:00 Hrs. (Domingo 6)
Orquesta Filarmónica de Jalisco
Fernando Lozano, director invitado
Coro del Estado de Jalisco
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David Attie, director de escena
Elenco:
ILDEGONDA: María Katzarava, soprano
RIZZARDO MAZZAFIORI: Dante Alcalá, tenor
ROLANDO GUALDERANO: Jesús Suaste, barítono
IDELBENE: Rebeca Samaniego, mezzo soprano
ERMENEGILDO FALSABIGLIA: Carlos Arturo Mendoza, bajo
RUGGIERO GUALDERANO: Arturo Valencia, tenor
David Attie y Bernhard Rehn, diseño de escenografía
Héctor Gabriel Ancira, realización y diseño de vestuario
Víctor Flores, diseño de iluminación
Gerardo Rábago, preparador coral
Francisco Méndez Padilla, súper titulaje
Coordinador de producción: Jesús Hernández
Pianista repasador: Sergio Vázquez
Asistente de dirección de escena: Carmina Escobar
Asistente de producción: Cecilia Márquez
Coreografía David Attie
Bailarinas
Esteli Marin
Fernanda Aguirre
Karla Zepeda
Mariel Muñoz
Valeria Martínez
Suplente
Montserrat Guerrero
Maestra de ensayos
Karina Saldaña
Maestro Interno
Hugo Colín
“ILDEGONDA”
Melesio Morales, figura central de la música mexicana del siglo XIX, estrenó “Ildegonda”, drama lírico en dos actos, el 27 de enero de 1866.
Ahora, 141 años después de su estreno, un equipo creativo de artistas tenemos en nuestras manos la oportunidad de llevarla a escena. La sensación es la de atesorar entre manos una fina porcelana antigua, el objetivo: poetizarla, a través de una mirada humanista (reflejo de nuestro tiempo), permitiendo que su añejamiento nos dé la sapiencia para que el drama resurja con todo su brillo e intensidad.
Quien no conoce su propia historia, no se puede considerar un hombre con visión hacia el futuro. En nuestro pasado encontramos nuestro eje. La pasión de un futuro comprometido con las bellas artes nos reclama.
…contemplemos una fina porcelana antigua, acariciemos lo frágil de su forma, su textura, su color.... su exquisitez es evidente, lo delicado de su tacto… imaginemos las manos que la modelaron...
David Attie
Director de escena |
Notas al programa
IIdegonda y la ópera mexicana en el siglo XIX
Si bien la tradición operística en México se remonta a 1711, año del estreno de La Parténone, de Manuel de Sumaya, primera ópera escrita en la Nueva España, hubo que esperar casi un siglo para escuchar una auténtica ópera italiana. El honor correspondió a II barbiere di Siviglia, de Giovanni Paisiello, presentada en el Coliseo de México en 1805. El género italiano entusiasmó al público y pronto se tuvo la visita de compañías de ópera itinerantes, que ofrecían al ávido neoaficionado los títulos de éxito en Europa, especialmente de los consagrados Rossini, Bellini, Donizetti, Mercadante, Cimarosa… De tal modo, a lo largo de la primera mitad del siglo XIX se tributaron ovaciones delirantes a Manuel García, el célebre tenor rossiniano que estrenara en México Otello, Cenerentola y Semiramide; al gran bajo Filippo Galli, otro especialista en Rossini; a Anaide Castellán, que estrenara en nuestro país buena parte de la obra de Bellini y Donizetti, incluídas Lucía di Lammermoor y Norma; a Eufrasia Borghese y Balbina Seteffanone; pero sobre todo, el público volcó su entusiasmo sobre Enriqueta Sontag, cuya muerte en el capital, víctima de la epidemia de tifo de 1854, fue causa de luto nacional.
En este clima no es pues de extrañar que diversos talentos locales quisieran emular a sus colegas europeos, y escribir óperas mexicanas apegadas a los más estrictos cánones del bel canto italiano. Surgen así las figuras de compositores como Cenobio Paniagua, Melesio Morales y Miguel Meneses, entre otros, cuya obra, desconocida en nuestros días, tuvo gran éxito entre el público de la época, que aplaudía por igual las óperas locales que II Trovatore verdiano, o la “sublime” Norma de Bellini.
Ciertamente, fue el estreno de Catalina de Guisa de Paniagua (Teatro Nacional, 1859), el que abrió la llave de la inspiración de nuestros músicos: En 1863 Melesio Morales ofrecía al público su primera composición lírica, Romeo y Julieta; ese mismo año Paniagua presentaba Pietro D´Abano, Octaviano Valle su Clotilde di Cosenza y Manuel Torres Serratos I due Foscari, basada, al igual que la homónima de Verdi, en un libreto de Francesco María Piave. En 1864, en el recién bautizado Teatro Imperial, tuvo lugar el estreno de Agorante, Rey de la Nubia, de Miguel Meneses, y de Pirro de Aragón, de Leonardo Canales.
Ya para esa época eran sobrado conocidas y gustadas las producciones de Giuseppe Verdi. Hasta 1865 se habían estrenado en México: Ernani, I due Foscari, Nabucco, I Lombardi, Attila, Luisa Miller, Il Trovatore, Rigoletto, I masnadieri, Macbeth, La Traviata, Giovanna d´Arco, Un ballo in maschera, I vespri Siciliani y Aroldo, o sea, más de la mitad de toda su obra, y era sin duda el compositor favorito del aficionado mexicano. La tendencia entre nuestros operistas era la de copiar los modelos de los maestros italianos: los temas que musicalizaban, la estructura dramática y musical, la distribución de las voces, etc. y a ser posible, contar con el mismo libretista que había suministrado los versos para las obras consagradas.
Es en este contexto que Melesio Morales ofrecía “al público benevolente” de 1866 su Ildegonda, drama lírico en dos actos con libreto de Temístocle Solera. La elección del tema no era fortuita; los desdichados amores del Ildegonda y Rizzardo habían despertado el interés de buen número de compositores anteriores a Melesio Morales: Carlo Valentini (Palermo, 1829), Luigi Osma (Milán, 1835), David Bini (Pisa, 1836), Aurelio Marliani (París, 1837), Temístocle Solera (Milán, 1840), Achille Graffigna (Milán, 1841), Oreste Carlini (Florencia, 1847), Emilio Arrieta (Madrid, 1849). Ocho Ildegondas previas eran suficiente espaldarazo para que el músico mexicano acometiera la empresa con una cierta seguridad de éxito, por lo que se refería a la efectividad dramática del texto (después de todo, la gustada Catalina de Guisa sólo había sido musicalizada en Italia en tres ocasiones, antes de que Paniagua presentara la suya). Para ello utilizó el libreto que escribiera Solera para su propia ópera, que, sin embargo, no obtuvo el éxito que el dramaturgo italiano esperaba, debiendo contentarse con gozar de la fama que sus libretos escritos para Verdi le proporcionaban. Y no obstante las patentes deficiencias del melodrama (como se denominaba en la época a los libretos), Morales la proveyó de una música de claro corte romántico, un auténtico caudal melódico que, si bien reproduce formas y estructuras características del bel canto en boga veinte o treinta años atrás, conserva toda su efectividad para la creación de atmósferas adecuadas para describir los sentimientos de los protagonistas.
En el México operístico de la década de 1860, no podía concebirse una primadonna que no pudiera lucirse en una gran escena según el patrón recitativo, aria y cabaletta, y lo mismo podía decirse del tenor; debía haber un aria de tipo estrófico, cerrada, para los principales coprimarios, y un gran dúo de amor dividido en dos partes, una lenta y contemplativa, otra rápida y brillante; y es éste el modelo adoptado por el músico mexicano. Encontramos en la música de Ildegonda claras referencias a Bellini: Vgr. La introducción del aria de Ildegonda en el segundo acto, con el corno inglés solista que preludia la tormenta, que nos recuerdan tanto II Pirata como I Puritani. Hay momentos en los que la impronta verdiana es innegable: la serenata de Rizzardo en el jardín, clara alusión a II Trovatore; momentos festivos –muy escasos a lo largo de la obra- reminiscentes de Rigoletto. Una cuestión que no deja de intrigarnos es el paralelismo entre la citada aria de Ildegonda, en su segunda parte, con la escena de Leonora ante las puertas del convento en La forza del destino; la obra de Verdi, compuesta en 1862, aún no había sido estrenada en México, aunque cabe la posibilidad de que Melesio Morales conociera la partitura o viera alguna representación en Italia, en ocasión del estreno de su Ildegonda en Florencia en 1869, y que la incluyera en la revisión que posteriormente hizo de la partitura; pero también podemos dejarlo al azar de esas felices coincidencias en las que abunda la historia de la música.
Lo cierto es que el público mexicano acogió con entusiasmo la nueva ópera presentada por la Compañía Biacchi, con la soprano Isabel Alba y el tenor Giuseppe Tombesi en los papeles protagónicos. El éxito fue aún más significativo por estar incluida la nueva obra en la misma temporada –encabezada por Angela Peralta- que ofrecía los más gustados títulos de Rossini, Bellini, Donizetti y Verdi.
Hubo que esperar, no obstante, más de 10 años para que Melesio Morales se decidiera a presentar una nueva ópera: Gino Corsini, estrenada en el Teatro Nacional el 4 de Julio de 1877, en la misma temporada que vio el estreno en México de Aída y de la Misa de Réquiem de Giuseppe Verdi; las tres obras fueron interpretadas por Angela Peralta, en uno de sus triunfales retornos al país. Convertido ya en el único exponente del género operístico en México –si exceptuamos a Aniceto Ortega y su Cuatimotzin, estrenada por la Peralta y el célebre Enrico Tamberlick en 1871, Melesio Morales presentó en 1891 la que, según las crónicas de la época, constituyó su trabajo más afortunado: Cleopatra. Fue la última de sus obras que el compositor viera representada en vida, pues si bien su última ópera, Anita, fue escrita en 1902, fueron vanos los intentos del autor por llevarla a escena en diversas ocasiones, omisión que finalmente subsanara el Conservatorio Nacional de Música en 1987.
Fallecido en 1908, a los setenta y ocho años de edad, el que fuera pionero de la ópera en México aún fue testigo del nuevo auge que vivió el género durante las postrimerías del siglo XIX y los primeros años del siglo XX. En efecto, en 1893 el joven compositor Felipe Villanueva estrena en el Teatro Nacional su ópera Keofar; para inaugurar el nuevo siglo, Ricardo Castro presenta Atzimba, obra que continúa la corriente indigenista iniciada por Aniceto Ortega; en 1901, Gustavo contribuye con El rey poeta, sobre la figura de Nezahualcóyotl; al año siguiente, Ernesto Elorduy estrena Zulema, inscrita en el gusto orientalizante puesto de moda por los compositores franceses; finalmente, en 1907 Castro, por ese entonces ya el niño mimado de la buena sociedad mexicana, estrena La leyenda de Rudel, obra que cierra definitivamente la saga de la ópera mexicana decimonónica, en la que Melesio Morales y su Ildegonda jugaron un papel fundamental, contribuyendo a su desarrollo y enriquecimiento. Tal vez el propio compositor estaba consciente de ello, al publicar en su columna de El pájaro Verde un artículo en ocasión del estreno de Ildegonda en 1866, del que a continuación reproducimos un fragmento:
“Animado (…) con la extrema benevolencia de mis compatriotas, y sin otra aspiración que abrir, aunque sea con riesgo propio, una vía a los excelentes talentos musicales que hay en mi patria, me he decidido a que se ponga en escena la ópera que he compuesto denominada: Ildegonda, aprovechando la oportunidad que no siempre se presenta, de una compañía lírica que cuenta en su seno notables y distinguidas artistas. (…) ¿Qué mérito tiene Ildegonda? El público, que además de benévolo es ilustrado e inteligente, la calificará. Lo único que puedo asegurar es que he puesto cuanto estaba de mi parte para que sea del agrado de todos, a los que suplico la juzguen aisladamente y no crean encontrar una composición ni superior ni siquiera igual a las partituras que están acostumbradas a oír, de los inmortales Rossini, Bellini, Donizetti, Meyerbeer, Verdi y otros. Se puede decir que sea una segunda obra, y siempre un tímido ensayo que me inducirá a intentar otros, si éste es acogido con la bondad de que tantas pruebas dan los que concurren a nuestro teatro”.
Francisco Méndez Padilla |
Melesio Morales y el rescate de Ildegonda
A partir de 1863, la figura del compositor mexicano Melesio Morales (1838-1908) comienza a resaltar en el panorama musical mexicano. Su primera ópera, Romeo basada en drama de William Shakespeare, se estrena en ese año y obtiene el reconocimiento del público y la crítica.
En 1866, la compañía de Aníbal Biacchi lleva a la escena su segunda ópera, Ildegonda, basada en un libreto de Temístocle Solera. En 1867, Antonio Escandón le otorga una pensión para continuar sus estudios en Europa durante tres años. Luego de una breve estancia en París, se establece en Florencia, donde realiza estudios de composición con el célebre maestro Teódulo Mabellini (1817-1897). A su regreso a México el pueblo lo recibe como a un héroe. Es homenajeado por el público y la crítica, así como por los miembros de la Sociedad Filarmónica Mexicana en cuyo Conservatorio imparte las cátedras de composición, armonía, piano y estética e historia de la música. Con motivo de su llegada, Ignacio M. Altamirano escribe una extensa biografía en las páginas de la revista El Renacimiento, documento invaluable para conocer la vida del compositor mexicano hasta ese momento.
Nacido en la ciudad de México, su formación musical comenzó a edad muy temprana con Jesús Rivera y Río. Posteriormente ingresó a la Academia del Padre Agustín Caballero, donde estudió con Felipe Larios. Ahí concluyó sus estudios de armonía y compuso sus primeras obras: valses, canciones, polcas y mazurcas. Su formación se vio interrumpida por la falta de un profesor que le enseñara el contrapunto. Luego recibió esporádicamente algunas clases de instrumentación de Antonio Valle y de Cenobio Paniagua. Es entonces cuando compone su ópera sobre la obra del célebre escritor inglés.
Melesio Morales escribió alrededor de 130 obras: religiosas y seculares, para piano (incluidas piezas infantiles), arpa, coro y orquesta y voz y orquesta. La composición dentro del género operístico constituye una parte relevante en su producción. Además de los estrenos de Romeo e Ildegonda, previos a su viaje a Italia, en 1877 se representa Gino Corsini, con Angela Peralta y Enrico Tamberlick. En 1891 se estrena Cleopatra. Escribe dos óperas más, Carlo Magno y Anita, aunque nunca llegaron a ser representadas.
La enseñanza musical representó una labor importante en el transcurso de su vida. Ricardo Castro (1864-1907), Gustavo E. Campa (1863-1934) y Julián Carrillo (1875-1965) fueron algunos de sus alumnos. La trayectoria profesional de Morales, comprende, además de la composición y la docencia, la dirección de orquesta y la crítica periodística. Como director, estrenó en México la Segunda y la Quinta sinfonías de Beethoven. Su labor periodística comprende alrededor de cien artículos que contienen interesantes ideas y reflexiones sobre el arte de la música.
La ópera Ildegonda representa un momento relevante en la vida de Melesio Morales y en la historia de la música mexicana: su exitoso estreno en el Teatro Imperial de la ciudad de México lo hizo acreedor a una pensión que le permitió continuar sus estudios en Europa; le confirió el enorme prestigio como compositor operístico, del que gozó hasta el final de su vida; y motivó la formación de la Sociedad Filarmónica Mexicana y de su Conservatorio, precursor del actual Conservatorio Nacional de Música.
Indudablemente, el reestreno de la ópera Ildegonda es, para la música mexicana, uno de los acontecimientos más importantes de los últimos tiempos. Si bien son cada vez más frecuentes las oportunidades que tiene el oyente de acercarse a la música mexicana del siglo XIX, a través de grabaciones y conciertos, a veces excelentes, las obras que se nos han ofrecido hasta ahora pertenecen, por lo general, al género de salón. Pero el siglo XIX es también, y quizá eminentemente, un siglo operístico, y este importante aspecto de la creación musical de dicho período nos era desconocido. Las casas editoras de música del siglo pasado, tales como Wagner y Levien. F. Lucca, H. Ángel, G. Venturini, etc., nunca se interesaron en la publicación de óperas mexicanas ni en las versiones originales para orquesta, debido a la escasa demanda y al fracaso comercial que ello hubiera significado; sólo se publicaron, en versión por canto y piano, números aislados: arias, duetos, tercetos, etc. La carencia de esas partituras, así como los problemas que la restitución de las mismas plantea, ha dado como resultado que las óperas mexicanas decimonónicas resulten casi inaccesibles para el intérprete y desconocidas para el oyente contemporáneo y propongan un amplio campo de acción a la musicología actual, cada vez más alejada del frío acopio de datos, como interesada en una valoración crítica que tenga por fundamento la recreación de la obra musical en su contexto histórico.
Ildegonda fue representada en México en 1866 y, tres años más tarde, en 1869, en el Teatro Pagliano de Florencia. Según los historiadores de la música mexicana, Morales revisó la orquestación de la Mabellini, antes de la segunda representación. En realidad, el compositor no se limitó a reorquestar la obra, sino que la reescribió casi en su totalidad, preservando solamente los temas principales de la primera versión. La partitura que hemos restituido corresponde a la versión estrenada en Florencia. Es imposible referir en tan corto espacio las dificultades que se presentaron en la realización de este trabajo. El lector interesado podrá remitirse a la edición crítica de la obra, de próxima publicación, que incluirá un amplio estudio musical y dramático. Baste mencionar que el manuscrito presenta errores y omisiones que, seguramente, Morales pasó por alto al hacer la versión definitiva; por otra parte, el compositor, contraviniendo la práctica imperante en el siglo XIX, abunda en indicaciones agónicas, dinámicas, de articulación y de fraseo, en un intento por precisar la expresión de sus ideas musicales; indicaciones que la mayoría de las veces no corresponden a los usos actuales, y que tratamos de preservar mediante una adecuada traducción. Nada agregamos que no estuviera, de alguna manera, implícito en el original; lo que hicimos fue clarificarlo mediante el análisis cuidadoso de la música y la caligrafía de Morales, y con base en el estudio comparativo de las versiones existentes de la obra.
Eugenio Delgado y Áurea Maya
Melesio Morales
Compositor

Nació el 4 de diciembre de 1838, México, D. F.
Trayectoria
Desde su infancia manifestó su vocación por la música.
1847.- Comenzó a recibir sus primeras lecciones con el maestro Jesús Rivera, con quien estudió durante tres años.
Más tarde se inscribió en la Academia de Agustín Caballero, que se encontraba en la calle de Canoa. Allí estudió tres meses el currículo básico y posteriormente pasó a recibir la cátedra de acompañamiento con el maestro Felipe Larios. La Academia tuvo que cerrar, pero el profesor Larios continuó dándole lecciones privadas de armonía hasta que concluyó el curso.
1850.- Empieza a crear sus primeras composiciones, valses, polkas, canciones, redovas, mazurcas y otras piezas ligeras.
1851.- Da lecciones de música, ahorrando para marcharse a Europa a continuar sus estudios. En ese tiempo comenzó a escribir su primera ópera: "Romeo y Julieta".
Estimulado por su antiguo profesor Jesús Larios y por sus amistades, comenzó a recibir clases de instrumentación con Antonio Valle.
1856.- Concluye su ópera, tiempo en que llegaba a México la compañía del empresario Maretzek. Los compositores mexicanos se acercaron a la prensa para que publicaran que sería grato para México que la compañía de Maretzek incluyera las óperas de Paniagua, Valle, Meneses y Morales. La compañía de Maretzek sólo puso en escena "Catalina de Guisa", de Cenobio Paniagua.
Creador de la Escuela Italiana de ópera en México.
Obras
Óperas: Romeo y Julieta, Ildegonda, Carlo Magno, Cleopatra, Gino Corsini, La Tempestad, El judío Errante y Anita.
Melesio Morales murió el 12 de mayo de 1908, en la Ciudad de México.
Ildegonda
Drama lírico en dos actos, con libreto de Temístocle Solera, fue estrenada el 27 de enero de 1866, con la participación de Ángela Peralta. Anita, por su parte, aunque fue escrita en 1902, no fue estrenada sino hasta 1987 en el Conservatorio Nacional de Música. En el ensayo La ópera mexicana en el siglo XIX, Francisco Méndez Padilla se refiere a la influencia de la lírica italiana en la producción de este compositor, y describe la primera de estas obras de la siguiente manera:
“Morales proveyó a Ildegonda de una música de claro corte romántico, un auténtico caudal melódico que, si bien reproduce formas y estructuras características del bel canto en boga veinte o treinta años atrás, conserva toda su efectividad para la creación de atmósferas adecuadas para describir los sentimientos de los protagonistas”.
Fallecido en 1908, a los setenta años de edad, Melesio Morales, reconocido como pionero de la ópera en México, aún fue testigo del auge que experimentó el género a finales del siglo XIX e inicios del XX.
Sinopsis
Antecedentes
El señor de Gualderano ha prometido la mano de su hija Ildegonda a Hermenegildo Falsabiglia, sellando así el pacto por la unificación de Lombardía. La nueva alianza se opone a la salida de las fuerzas lombardas para Tierra Santa, a fin de tomar parte en la cruzada decretada por el Papa. Ildegonda, que está enamorada en secreto de Rizzardo, un joven plebeyo, ha recibido de él un mensaje en el que le pide una cita antes de su partida a Palestina. La joven, deseosa de impedir la proyectada boda, envía a su doncella Idelbene con una carta para Rizzardo; pero Roggiero, hermano de Ildegonda, la hace seguir y logra interceptar la misiva.
ACTO I
Escena 1
El pueblo festeja el anuncio de la próxima boda de Hermenegildo e Idegonda. Ésta no puede ocultar a su prometido la tristeza que la invade, pero aduce que es debido a la reciente muerte de su madre. Rolando Gualderano, instruido por Roggiero de los secretos amores de su hija, la amenaza con dar muerte a Rizzardo si la doncella se opone a sus designios. Ildegonda parte desconsolada, mientras padre e hijo planean una emboscada durante el encuentro de los amantes.
Escena 2
Ildegonda, acompañada de Idelbene, acude a la cita con su enamorado en el jardín del Palacio Gualderano. Un coro de vírgenes ruegan a Dios por la felicidad de Ildegonda. Entretanto, Ildegonda, sumida en la aflicción, invoca el consuelo de su madre en el duro trance que la aqueja. Llega Rizzardo y la pareja intercambia juramentos de eterna fidelidad. Ildegonda le entrega una cruz y pone a Dios como testigo de su unión. Roggiero se enfrenta a Rizzardo y tras breve combate Roggiero cae herido de muerte. Al sonido de los aceros Ildegonda, quien al ver en tierra a su hermano, corre presurosa en su ayuda mientras conmina a Rizzardo para que emprenda la fuga. Acude Rolando rodeado de caballeros y, medio enloquecido por el terrible espectáculo, maldice a Ildegonda y jura venganza sobre el asesino de su hijo.
ACTO II
Escena 1
En el Palacio Gualderano, los caballeros de Rolando planean la muerte de Rizzardo, quien no ha podido ser hallado tras el asesinato de Roggiero, los caballeros claman venganza y condenan a Rizzardo al patíbulo. Idelbene, quien ha escuchado la conjura reafirma una vez más su fidelidad a Ildegonda.
Escena 2
Ildegonda ha sido encerrada por su padre en el subterráneo del convento anexo al palacio. Con la mente trastornada llama al espíritu de Rizzardo, a quien cree muerto. Llega éste, dispuesto a liberar a Ildegonda y huir con ella; la joven, presa del delirio, lo toma por una aparición. Al punto en que Rizzardo pretende huir con Ildegonda aparecen los conspiradores, encabezados por Rolando, y lo hacen prisionero. Ildegonda se da cuenta al fin de que su amado está vivo, pero la certeza de su próxima muerte acaba definitivamente con su razón.
Escena 3
Rizzardo espera la muerte decretada por Rolando, mientras recuerda apasionadamente a Ildegonda. Súbitamente entran los caballeros de Gualderano para anunciarle el perdón de su señor, quien, arrepentido ante su hija agonizante, envía en su búsqueda para darle a la desdichada una última alegría. El coro de vírgenes eleva un canto bienaventurado porque el corazón de Ildegonda encuentre la calma.
Escena 4
Ildegonda yace moribunda. En su locura, recuerda la maldición de su padre y las tristes circunstancias que le han separado de Rizzardo. Entra éste, acompañado de Rolando, pero ya Ildegonda es víctima del delirio de la muerte, y tras un último adiós a su amado, expira en sus brazos…
David Attie A.
Agradecemos su colaboración a:
Elenco
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